Vitín:
Algo en aquel amanecer boricua presagiaba una jornada distinta, o quizás era el clima un poco mas nublado y fresco que lo acostumbrado. Sin embargo en la casa de Víctor Pérez Cardona, el día comenzaba como siempre. Durante los últimos quince años su rutina no ha cambiado: Se levanta muy temprano, se sacude el aroma a sábanas, se limpia las lagañas, y luego de un café bien cargado, se despide de su hija Generosa y sale a las calles de Aguas Buenas. Detrás del volante de su viejo taxi, un Toyota Corolla, “Vitín el taxista” como lo llaman sus amigos, permanece fiel a sus costumbres a pesar de los cambios que ha sufrido el pueblo con los años. Sus ojos impávidos han visto gente que va y viene, familias que crecen, negocios que sustituyen a otros, tragedias, avances y retrocesos, amores y crisis, todo a través del parabrisas ahumado que lo protege del sol del caribe. Vitín continúa allí como siempre con su sonrisa intacta, su sombrero pasado de moda y su corbata de rayas. Y como cada mañana, mientras el Gran Combo de Puerto Rico suena en el reproductor, la gente que pasa a su lado lo saluda con cariño.
Como un amigo fiel, cada día sin falta aquel carro había recorrido las calles bajo el mando sereno de Vitín. Juntos habían vivido aventuras, anécdotas y sustos. Solamente en los momentos en que su cuerpo se daba por vencido ante los dolores y la agresividad de los tratamientos, permanecía inmóvil frente a la casa de paredes desconchadas y tejas de barro, como una señal que prevenía a los transeúntes del estado de salud de su vecino. Tendido en su cama, a través del ventanal Vitín lo miraba detallando los pequeños rayones y las manchas en la carrocería, deseando tener fuerzas para poder mantenerlo impecable como le gustaba. Algunas veces su mente se montaba sobre las cuatro ruedas y se iba a recorrer su infancia o le hacía la carrera a algún ciudadano de Aguas Buenas, conversando de política o discutiendo los resultados de la pelota a través del retrovisor. Entonces sonreía y se sentía satisfecho de su vida. Otras veces le parecía que le quedaban demasiados viajes pendientes y se desesperaba como si estuviese atrapado en el cada vez mas complicado tráfico del centro del pueblo. Entonces se hundía mas en las almohadas y apretaba con fuerza la mano de Generosa, que estaba como siempre a su lado. En una calurosa tarde que parecía no terminarse nunca, Vitín le dijo con la mirada húmeda de nostalgia “Me gustaría quedarme para siempre en mi taxi, no tener que irme nunca”. Y ella con el alma empapada de un adiós que no se atrevió a pronunciar, le beso la frente en señal de promesa.
Es por eso que en este día fresco y nublado, Vitín el taxista está como de costumbre aferrado al volante de su taxi. Con su camisa azul, corbata y sombrero dice adiós para siempre a los amigos que pasan por la funeraria San Cristóbal a despedirse. A sus setenta y tres años le espera el viaje mas emocionante de su carrera, uno tan largo que no puede hacerse a pie.