Una gran pared que no separa, un muro que une. Un muro que se convierte en mural a través de la paciencia. Un cuadrito al lado del otro. Juntos, nunca solos. Sumando sus aristas para crecer. Dos años de pego y escaleras. Manos que colocan y alinean, ayudando a que el tiempo vaya dibujando su huella en el verde, blanco y dorado. Convirtiendo el concreto en una ventana imaginaria, en un bosque abstracto, en la montaña que solo era posible en la mente del creador. Y finalmente yo coincidiendo en ese momento por la magia de las palabras, allí toda asombro frente a lo difícil convertido en posible, admirando a quien construye en futuro, a quien pega cerámicas por años para hacer el día de otros más humano, a quien crea y cree en una patria que merece baldosas y pego. En el futuro que insiste en dibujarse en nuestras sonrisas.