Desde hace meses me preocupa la reiterada aparición de problemas de todo tipo ligados a la incapacidad de la gente de asumir su responsabilidad. Veo con mucha angustia como a todos los niveles la gente transfiere la culpa de un lado a otro, en un juego interminable de ping pong donde terminamos por olvidar quien hizo el saque. Inclusive cuando los involucrados se ven acorralados por los hechos responden las cosas más absurdas o pretenden sentirse ofendidos.
El lunes tuvimos una asamblea de condominio en la cual hablamos y discutimos el tema de la seguridad, y que hacer con los vecinos que insisten en dejar las puertas del edificio abiertas «mientras» , exponiendo a todos al peligro de la delincuencia. Es un problema que lleva tiempo ocurriendo y a pesar de los esfuerzos de la Junta de Condominio, no logramos corregir. En esa reunión se habló de sanciones, de campañas, e incluso de instalar una cerradura con una alarma que se activa cuando la puerta permanece abierta. Una vecina habló de la necesidad de tomar conciencia cada uno de nosotros en cerrar las puertas cada vez que entramos y salimos. Para mi sorpresa, esa misma vecina al día siguiente estacionó su carro frente al edificio y cuidadosamente arrimó las dos puertas de entrada al edificio, para que las mismas quedaran abiertas, sin darse cuenta de que mi esposo y yo la veíamos desde la calle de enfrente. Le tocamos el timbre para hablar con ella personalmente, pero no nos abrió, así que mi esposo lo comentó en tono jocoso en el chat de los vecinos. Para nuestra sorpresa la vecina negó enfáticamente el haber dejado abiertas las puertas del edificio, expresando que era «imposible», a pesar de que tanto mi esposo como yo, habíamos sido testigos del hecho. Ante nuestro argumento (con detalles de hora y modo que sólo podíamos saber quienes estuvimos presentes) la indignada vecina respondió que ella no iba a entrar en polémicas, como si eso cerrara de alguna manera el tema, y la exonerara de su responsabilidad ante la seguridad vecinal.
Me parece increíble que una persona adulta se comporte como mi hijo de cinco años que cuando es sorprendido in fraganti me dice furioso «¡Tú no tenías que verme!», transfiriéndome la culpa por quitarle la posibilidad del «Yo no fuí». Esa conducta que resulta divertida en un niño, es ridícula en una persona adulta que se supone tiene la inteligencia y madurez suficiente como para comprender las consecuencias de sus acciones. Lamentablemente he visto demasiadas veces la misma actitud, en todo tipo de ámbitos, desde el académico hasta el laboral, pasando por el personal, político y público. Lo más terrible es el costo para los implicados y la sociedad. Quizás ellos piensen que se salen con la suya, pero la historia nos demuestra que eventualmente terminan por pagar un alto precio por ello. Un precio que se traduce en desconfianza y agresividad, así como una incapacidad de corregir los errores cometidos, que resulta en un estancamiento y repetición de los mismos errores una y otra vez, así como en una rápida dispersión de las conductas negativas entre otras personas ante la percepción de impunidad. Un precio que termina por afectarnos a todos. Las consecuencias de la «viveza criolla» del que cree que salva su prestigio y se sale con la suya, terminan siempre por alcanzarlo.
¿Que sucedería si todos entendiéramos que nuestras acciones siempre tienen consecuencias y asumiéramos la responsabilidad sobre las mismas? Cuando comprendemos el poder de nuestras acciones en moldear la realidad, podemos asumir el control de lo que sucede en nuestras vidas, en lugar de dejársela a factores externos (los otros, el gobierno, los astros, el clima, etc). Sólo así nos convertiremos en individuos con la capacidad de ser mejores y progresar.
Entonces ¿no será hora de dejar de ser irresponsables?