Los parques infantiles nos ponen a prueba. Mueven los hilos de la memoria y nos abandonan a nuestra suerte. Vemos a nuestros hijos jugar a las escondidas y quisiéramos gritarles que nosotros también estamos esperando a ser descubiertos. Añoro los parques de antes. Los de nuestros hijos son de plástico, como todo en nuestro mundo colorido y desechable. Pero los parques que fueron nuestros, los de tubos y madera, aún sobreviven los años, mientras los nuevos se llenan de agua empozada y mosquitos, y se pudren al sol. Y me pregunto a donde irán nuestros a hijos a reencontrar su infancia cuando el alma se les ponga vieja y quieran volver al vaivén de los columpios. Donde se esconderán los recuerdos de las rodillas raspadas o se oculatarna del mundo esperando que alguien acabe de contar hasta diez.