Pasta

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Marrón, opaca, áspera y sin colores. La veo en el cesto de la basura y pienso en que momento dejamos que nos robaran la alegría. Esa caja endeble donde apenas se reconoce el nombre de la pasta de dientes que uso desde que tengo memoria, es una metáfora de lo que somos. La vida se nos ha convertido en algo que se parece a lo que siempre conocimos, pero sin brillo ni color. Un simulacro pirata de vida, donde apenas nos queda lo esencial de la pasta blanca, sin flúor, sin blanqueadores, sin franjas de poder concentrado contra el mal aliento. Solo pasta de dientes, aburrida y aséptica, igualándonos a todos en la misma miseria de cada mañana. Ese mínimo necesario que agradecemos pensando que al menos tenemos pasta, pero que detestamos porque nos recuerda que no hay nada de especial en nuestra boca. Que no importa que basura haya quedado entre mis muelas y que palabras han resbalado por mi lengua, mi boca y mis besos no serán distintos a otros. No tendrán derecho a soñar con la ventaja, no tendrán el privilegio de elegir. Tendrá que conformarse con la caja la caja que entre papeles sucios miente la excusa de ser ecológica.

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