(De cerbatanas, aprendizaje y reflexiones sobre el 2015)
Hace un par de años una amiga respondía a mi angustia ante lo que yo percibía como indolencia o resignación de la gente ante los crecientes abusos del gobierno, preguntándome si yo sabía como cazaban los indígenas venezolanos. «Los indios venezolanos usaban cerbatanas» me dijo. «Esas son armas discretas y silenciosas con las que lanzan dardos venenosos. Y son muy efectivas. A veces parece que la gente no hace nada, pero cada uno lleva su cerbatana en la espalda y cuando nadie lo ve, cuando tiene la oportunidad, dispara».
Hace un año todos sabíamos que estábamos por entrar en un período difícil. Y claro que lo ha sido. A lo largo de este año los venezolanos nos hemos visto enfrentados a situaciones que ni nosotros mismos imaginamos que podríamos tolerar. Despedidas de seres queridos, sacrificios en lo económico y personal, angustias por no encontrar algún alimento o medicina, violencia extrema. Pero el 2015 ha pasado, y como muchos otros, yo tambien he sobrevivido. Todo lo que hemos sufrido no tiene ningún sentido si no conseguimos obtener de esas experiencias algún aprendizaje. Este año ha sido determinante en muchos sentidos. Un año convulso, pero también un año de mucha reflexión, de introspección, de cambio de verdad, de adentro hacia afuera. Las condiciones externas a nosotros fueron tan adversas que muchos buscamos refugio en lo interno, en el silencio, en la paz, volviendo a dar valor a aquellas cosas que son esenciales: la familia, los amigos, el tiempo compartido, las experiencias por sobre las cosas que ya no podemos tener. Nos reencontramos con la fé en la desesperanza, con la paciencia ante la necesidad de cambio, y aguantamos agravio tras agravio, provocación tras provocación, levantándonos una y otra vez para seguir adelante. Demostramos que la mayoría de nosotros somos gente de paz, y cuando todos apostaban por una revuelta popular, seguimos silenciosos nuestro camino. Parece que finalmente hemos aprendido a creer en el poder de la democracia, con todos sus defectos, para expresarnos. Los violentos de lado y lado fueron quedándose solos, hablando solos, gritando solos. Mientras la gente, con una rebeldía callada y perseverante seguía adelante esperando que llegara el momento. Y el momento llegó.
Ahora, a punto de empezar el 2016, estamos ante un panorama distinto. Sabemos que este año no será fácil y que tendremos que enfrentar cosas insospechadas. Pero ahora los venezolanos hemos aprendido dos cosas: que tenemos la fortaleza para aguantar y soportar las adversidades y que los problemas que nos afectan nos unen más que la política y el odio. Esos dos regalos que nos dejó el 2015, nos servirán de apoyo para un profundo cambio que ya comenzó y que sin duda se acelerará en los años por venir.
Los venezolanos de bien, que somos la mayoría, seguiremos pues con nuestra cerbatana a cuestas, haciendo lo que sabemos y podemos hacer bien: cumpliendo con nuestros deberes, haciendo nuestro trabajo, siendo solidarios, responsables, honestos. Y aunque nuestros disparos sean pequeños, con cada uno estaremos debilitando a ese Goliat que parecía indestructible.
Es por eso que no deseo para nosotros un feliz año, sino un año de propósito, de paz, de convicción y de fortaleza, que nos sirva para construir una felicidad más justa y duradera.
Hace un tiempo me enteré que los judíos no desean un Feliz Año Nuevo. En cambio desean un Buen Año Nuevo. Creo que eso es lo que necesitamos Buen Año 2016.